viernes, 6 de octubre de 2017

El niño y el anciano























Un día el pequeño Chiang se adentró en el bosque, y después de haber caminado mucho, vio una mísera casa de madera alrededor de la cual reinaba la más absoluta paz: ni una gallina, un cerdo o un gato.

Pensando que estuviera deshabitada, se acercó cautelosamente. Y cuál fue su sorpresa al ver por una juntura entra las tablas, a un viejo de barba blanca tendido en el lecho.

Entra niño, le dijo aquel viejo.

Y su voz era como de algodón, como si viniese de una nube.
Te he sentido llegar, al menos, desde un kilómetro. ¡Entra!

Chiang entró y preguntó:

¿Cómo es posible que tú, viejo como eres, me hayas oído de tan lejos?

Es que me estoy muriendo. Y cuando uno es viejo y ha vivido lo suficiente, conviene que se familiarice con la Muerte y el oído se le torna muy sensible, como el fino oído del leopardo. Por esto me he retirado aquí. Quien está muriendo no tiene necesidad de ver personas, ya ha visto bastantes. Las ha visto venir y pasar. Quien siente que va a morir sólo tiene necesidad de tranquilidad. No está bien que a un hombre en esta circunstancia se le busque y se le atormente con charlas y palabras vanas. Conviene pasar de largo por la puerta de su casa, como si fuese la habitación de nadie…
Pero tú me has invitado a entrar, objetó tímidamente Ciang.

 Es verdad -dijo el viejo en un susurro-, pero sólo porque tenía nostalgia de una sonrisa. ¿Me la quieres dar?

Chiang sonrió levemente. El viejo sabio se durmió para siempre.

Cuento chino



1 comentario:

  1. Es verdad que para morir en paz no acen falta las palabras con una sola sonrisa es bastante.

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